Evangelio (Mt 10, 26-33)
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la «gehena». ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones.
A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».
Comentario
Este domingo el Señor nos plantea la cuestión de en quién ponemos nuestra confianza y a quién tememos en la vida. Es una invitación para poner totalmente nuestra vida en sus manos y responder a su amor.
—«Nada hay encubierto que no llegue a descubrirse». Tengo el peligro de dejar pasar la vida engañándome, creyendo que pongo mi confianza en Dios, y en verdad, la pongo en lo creado. Lo que llevo escondido en el corazón, que me aparta de Dios no está oculto para Él. ¿Quiero, desde ahora, vivir en la verdad? ¿Quiero confiar absolutamente en Cristo? ¿Me abandono en Él?
—«No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma». Este es el ejemplo de los mártires que no han sucumbido a las tentaciones. Yo puedo hacer lo mismo ¿Considero mi vida como una lucha constante entre la victoria del cuerpo (mis gustos, mi seguridad, mi fama…) y la victoria del alma (mi salvación)? ¿Tengo miedo al “mundo” que me puede apartar de Dios?
—«Pues vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis contados». Dios me conoce perfectamente y sabe cuáles son mis debilidades y tentaciones. Y siempre me da la gracia para ser fiel y me cuida (Valgo más que los gorriones) ¿Esto me anima a abandonarme en el Señor y poner mi vida en sus manos?
—«Si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos». El señor me anima a no avergonzarme nunca de Él. Y mi vida es la oportunidad para dar la cara por él, por mi testimonio y por la radicalidad en la respuesta. ¿Me avergüenzo alguna vez de Cristo? ¿Vivo con radicalidad mi testimonio de Cristo? ¿Escojo siempre a Cristo? —El Señor sabe que por nuestras propias fuerzas no podemos responder a su amor con radicalidad, con la actitud del mártir. Él sólo espera que yo me reconozca débil, suplique su ayuda y haga constantes pequeños actos de amor. ¿Le suplico al Señor en la oración esta transformación? ¿Le amo verdaderamente?
Oración: Carlos de Foucould
Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras; sea lo que sea te doy gracias. Estoy dispuesto a todo, con tal de que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas. No deseo nada más, Padre. Te confío mi alma: te la doy con todo el amor de que soy capaz, porque te amo y necesito amar, ponerme en tus manos sin medida, con una infinita confianza, porque tú eres mi Padre.
Peticiones
—Por la Parroquia: Por nuestros sacerdotes.
—Por la Iglesia: Por los jóvenes que se preparan para el matrimonio
—Por el Mundo: Por los que han perdido el sentido de la vida y son adeptos a alguna droga.
Oración final
Concédenos tener siempre, Señor, respeto y amor a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor