Evangelio  (Mt 22, 34-40)

Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
–«Maestro, ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo:
–«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas»..

Comentario

Este Domingo Jesús nos dice cuál es el mandamiento principal que ha de mover nuestra vida; y la consecuencia de este. Hemos de dejar que la palabra de Dios penetre en nuestro corazón para poderla llevar a la práctica.

—Con frecuencia los fariseos y los escribas discutían sobre cuál era el mandamiento principal entre los más de 600 preceptos que tenían. Jesús les responde con el pergamino que siempre llevaban encima: «Escucha, Israel. Yahvé, nuestro Dios, es el único Yahvé. Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4). ¿Amo al Señor con todo mi corazón? ¿Grabo en mi corazón este mandato, de modo que todo lo que soy, digo y hago este movido por este amor? ¿Amo a Dios hasta el punto de olvidarme de mí mismo?

—Jesús amplía la respuesta mostrando el mandamiento segundo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Este mandamiento es semejante al primero, es decir, que no se puede amar a Dios si no se ama al prójimo. El “prójimo” es el “próximo” con el que me cruzo, sea amigo o no. El amor verdadero, tiene que doler (como diría la Madre Teresa de Calcuta). Sólo es amor verdadero si se identifica con el amor que hemos recibido de Dios. Tengo que reflexionar sobre la calidad de mi amor al prójimo ¿De quién estoy separado ó no amo? ¿Qué medios tengo que poner para amar al prójimo?

—«Estos dos mandamientos sostienen la Ley y los profetas». Con frecuencia nos enredamos en asuntos que son relativos y perdemos esta referencia esencial. ¿Tomo como pilar de mi vida, el amor a Dios y al prójimo?

Meditación de Benedicto XVI

Antes que un mandato -el amor no es un mandato- es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. (Benedicto XVI, 4 de noviembre de 2012).

Peticiones

Por la Parroquia: Por los niños que inician la catequesis de primera comunión.

Por la Iglesia: Por los frutos pastorales de la asamblea sinodal.

Por el Mundo: Por la paz en todo el mundo.

Oración final

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para que merezcamos conseguir lo que prometes, concédenos amar tus preceptos