«Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (Concilio Vaticano II. Lumen Gentium Nº 11). «Todo fiel, que haya llegado al uso de razón, está obligado a confesar sus pecados graves al menos una vez al año, y de todos modos antes de recibir la sagrada Comunión. La Iglesia recomienda vivamente la confesión de los pecados veniales aunque no sea estrictamente necesaria, ya que ayuda a formar una recta conciencia y a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo y a progresar en la vida del Espíritu» (Compendio de la Iglesia Católica, nn. 305 y 306)
Quien quiere seguir auténticamente a Cristo reconoce la desproporción infinita entre el amor recibido de Dios y su propia respuesta. La conciencia de pecado, de haber ofendido al Señor por no haberle amado como se merece, es lo más natural en la vida del cristiano. En la medida en que más estamos cerca del Señor somos más conscientes de nuestro pecado; y en la medida de nuestro alejamiento de Dios, dejamos de ser conscientes de la realidad de nuestro pecado. El santo, el que está más cerca de Dios, es más consciente de su pecado; en cambio, el más alejado de Dios, se considera santo. Por eso, en nuestro mundo no hay conciencia de pecado. Y lo más lamentable, es que los mismos cristianos, vamos perdiendo esta conciencia de pecado.
El sacramento de la Penitencia es el regalo que Dios nos ha dado para recibir su perdón, pues lo necesitamos. San Juan nos dice que «Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros» (1Jn 1,8) y cuando no reconocemos la necesidad de acercarnos a recibir el perdón de Dios, tal vez sea porque el amor de Dios va desapareciendo en nuestra alma. Dios nos quiere tanto, que quiere que vivamos en plena comunión con Él, de quien recibimos la Vida. Y este sacramento, más que suponer un tribunal en donde dar cuenta de nuestros errores, es el sacramento de la misericordia en donde recibimos de modo más explícito el fruto de la redención conseguido por Cristo en el calvario.
Con el pecado, además de ofender a Dios se daña la santidad de su cuerpo, que es la Iglesia. Quien vive con una conciencia clara su pertenencia a la Iglesia ha de cuidar también la gracia de Dios en su alma, para que la presencia de Cristo en su Iglesia sea más resplandeciente por la santidad de sus miembros.
Por eso hemos de desterrar de nuestra mente la idea de que sólo hay que confesarse cuando se comete pecado mortal, cuando tenemos que recibir otro sacramento (la Eucaristía o el Matrimonio), cuando uno va a pasar un momento delicado (Ej cuando esté enfermo o va a sufrir una operación grave) o cuando está cerca de la muerte. Quien valora el misterio de la redención realizado por Cristo y el amor recibido de Él, procura que su alma esté en el estado más puro posible, y por eso se confiesa con frecuencia (lo que llamamos “Confesión por devoción”). Nuestra madre la Iglesia nos dice que hemos de confesarnos por lo menos una vez al año, si hay pecado grave (pero estos son los mínimos, con los que no hemos de conformarnos).
Desde la Parroquia queremos facilitar la recepción de este Sacramento. El horario normal de confesiones es media hora antes de las misas y siempre que se pida, cuando el sacerdote esté disponible. El lugar normal es el confesonario del templo, pero también lo podemos hacer en los despachos. Además, en los tiempos fuertes de Adviento y Cuaresma, tenemos una celebración comunitaria de la Penitencia con varios sacerdotes.
Antes de la confesión es bueno prepararse en un clima de oración el Examen de conciencia (tenemos un formulario en la entrada del templo). Dicho examen ha de provocar en nosotros el dolor de corazón por haber ofendido a Dios y el propósito de enmienda de no volver a pecar. Después de haber dicho todos nuestros pecados, y recibir la ayuda y consejo del sacerdote, podemos cumplir la penitencia. Dicha confesión nos dejará en paz y nos moverá a la conversión a Dios y al cumplimiento de sus mandamientos.
El sacramento de la penitencia lo podemos recibir media hora antes de las Misa o siempre que se pida y se pueda. También habrá una celebración comunitaria de la Penitencia en Adviento y en Cuaresma.