Esta pandemia que estamos sufriendo nos recuerda que no somos dioses. Nosotros nos creíamos que por haber subido a la luna y por haber logrado tantos logros en el campo de la ciencia y de la técnica todo lo podíamos. Estábamos convencidos que por nuestras propias fuerzas podíamos ser capaces de solucionar cualquier problema y de vencer cualquier mal.
Sin embargo, nos hemos encontrado con este virus que ha trastocado todos nuestros planes a nivel mundial. Hace unos meses no se podía pensar que estaríamos en la situación en la que estamos ahora. Incluso parece como si ahora estuviéramos en medio de un sueño y que esto no fuera realidad.
Y aunque hemos de poner todos los medios para superar esta situación, también la podemos aprovecharla para reconocer la verdad de lo que somos: no dioses, sino pobres criaturas indefensas, que por nosotros mismos no podemos asegurar lo que más queremos, que es nuestra propia vida. Todos nuestros planes, estudios, trabajos, planes para el futuro… quedan supeditados al capricho de un pequeño bicho, un virus.
Y más que volver a hacernos grandes, a reconocer nuestra fuerza y que podemos vencer esta Pandemia con nuestras propias capacidades, no sería mala idea que tuviéramos un gesto de humildad y reconozcamos nuestra pobreza. No todo está a nuestro alcance. Es necesaria la súplica humilde para recibir el don.
Al comienzo de la Cuaresma tal vez se nos dijo «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gn 3, 19), que es una de las fórmulas del rito de la imposición de la ceniza. Con estas palabras se nos ayudaba a ser conscientes de que nuestra vida es inconsistente si no se apoya en Dios, que somos caducos, que por nosotros mismos no somos nada. Y si ese día no nos acabábamos de creer lo que se nos decía, por medio de esta experiencia que estamos viviendo, podemos descubrir de verdad que somos nada.
Y la actitud más sabia, no es seguir viviendo con el sueño de ser más de lo que somos, sino de confiar en quien fundamenta nuestra vida y le da plenitud. Nosotros somos como los apóstoles, cuando Jesús dormido en la barca, zarandeada por las olas, le despiertan diciéndole: «Maestro: ¿no te importa que nos hundamos?» (Mc 4, 35). Nos falta fe para descubrir que, aunque el Señor parezca dormido está con nosotros y nos dice: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Hemos de reconocer que no tenemos fe. Y esta situación, en la que nos sentimos desvalidos, es como un resorte para confiar, para que poniendo todos los medios humanos a nuestro alcance, no olvidemos que Dios es el Señor de la creación y de la historia, y que no deja de manifestar su providencia con nosotros. Dios nos ha dado unas capacidades para que no olvidemos que somos pobres criaturas que dependemos de Él en todo.