«Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura» (SC 47)
La Eucaristía es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11). «Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua» (PO 5). (Catecismo de la Iglesia Católica, NN. 1323 y 1324)
Toda la vida del cristiano se alimenta de la Eucaristía, en donde Cristo se hace realmente presente. El sacrificio mismo de Cristo en el Calvario se actualiza por la Liturgia en la celebración de la Misa. Por eso, este sacramento, como dice el Concilio Vaticano II, es fuente de toda la vida de la Iglesia. Y no se entiende un cristiano que no participe de la Eucaristía.
El mayor acto de caridad que podemos contemplar y del que podemos participar, es el acto redentor de Cristo en el Calvario. Cada vez que celebramos la Eucaristía, participamos de la ofrenda de Jesucristo a Dios Padre por la salvación de todos los hombres. Por eso, aunque no seamos el sacerdote o no estemos realizando algún ministerio (como lector o acólito), todos participamos activamente en el sacrificio de Cristo. No estamos pasivamente escuchando, o esperando lo que dice el sacerdote en la homilía, o simplemente realizando una costumbre. En cada Misa nos unimos a la ofrenda de Jesucristo para participar de su salvación.
Como en la celebración de la Eucaristía hay una comunicación entre Dios y el hombre, el lenguaje es distinto al que estamos acostumbrados. Pero no podemos rebajar la solemnidad del misterio de la celebración Eucarística al lenguaje y gestos coloquiales a los que estamos acostumbrados. El Rito de la Misa en la Iglesia Católica es único, y a base de repetirlo incesantemente nos vamos introduciendo en un misterio divino que nos desborda totalmente, y nos hace entrar en Dios.
El cristiano necesita acudir con frecuencia al sacrificio de la Santa Misa porque está necesitado de alimentarse de Cristo e identificarse con Él. Además, necesita encontrarse con sus hermanos en la fe y escuchar con ellos la Palabra de Dios. Para adentrarse en este misterio, necesita prepararse debidamente. Por eso acude con antelación a la celebración Eucarística para preparar su cuerpo y su alma y de paso, si es necesario, ofrecerse para realizar algún ministerio dentro de la celebración (Ej. Lector, monitor, …).
Como es un rito Sagrado, es importante el cuidado delicado de la celebración. No podemos hacer lo que se nos ocurre, a base de novedades desaforadas o satisfaciendo espiritualidades particulares. Celebramos la Eucaristía en comunión con toda la Iglesia universal.
Es importante que le demos toda la importancia al cuidado y solemnidad de las celebraciones eucarísticas de nuestra parroquia: la actitud piadosa, el cuidado de los gestos (sentados, de pie o de rodillas), los cantos, los momentos de silencio. Además de la disposición de los sacerdotes es importante la preparación de los lectores, la actuación correcta de los acólitos, el canto digno.
Un reto importante que tenemos es la incorporación a las celebraciones de la Eucaristía de los más pequeños de nuestra parroquia. Los niños que se están preparando para la primera comunión necesitan una pedagogía para entender los misterios sagrados. Por eso, en la Misa de 11 de los domingos, procuramos, siendo fieles a la Liturgia oficial de la Iglesia, hacerlo accesible a su capacidad, con cantos más infantiles o juveniles, moniciones, homilía adaptada, participación activa de los niños, etc.
Puesto que el misterio que hemos celebrado es tan grande, es importante que degustemos reposadamente el amor de Dios que hemos recibido en la Eucaristía. Por eso es normal que, manteniendo el silencio en el templo, después de la Eucaristía nos quedemos dando gracias a Dios por el regalo que nos ha hecho, y ver en qué se puede concretar nuestra respuesta de amor a Él
Dentro del apartado de la Eucaristía, está la costumbre de ofrecer la Santa Misa por uno o varios difuntos. Quien ha sufrido recientemente el fallecimiento de un familiar, perteneciendo a la Parroquia, puede solicitar que se celebre un funeral por el eterno descanso del difunto, cualquier día de lunes a viernes. Esta misa de funeral o novenario, se aplica exclusivamente por este difunto, y todos los méritos de la pasión redentora de Cristo se aplican por la salvación del fallecido. A parte de esta misa de funeral, se puede pedir la aplicación por un difunto, por una intención particular o en acción de gracias. En este caso, puede ser en cualquier misa de la semana (salvo la misa de 11 de los domingos) y podrán ser varias intenciones en una misma misa. Todas estas solicitudes se podrán hacer en los despachos de las Parroquia (no en la sacristía).
La celebración de la Eucaristía es lo más importante en la vida de nuestra parroquia. (Ver los horarios de misas).